Los resultados de las últimas consultas electorales, incluidos referendums atípicos, me han hecho reflexionar sobre los que no votan y lo que provocan. ¿Es serio decir que en Grecia se ha producido un vuelco? La realidad es que a Syriza le ha votado menos del 30% del censo electoral, del referéndum catalán ni hablamos. Los sistemas electorales, salvo los anglosajones, benefician a los partidos grandes. El miedo a la atomización de los parlamentos, y la consiguiente ingobernabilidad, lo motivó. Lo que no contemplaban los legisladores era la alta abstención. Los resultados son legales, pero, si se diera el caso, ¿es ético que el 25% del electorado provoque que Grecia salga del Euro o inclusive de la CE? En Cataluña las cifras no son muy diferentes en lo que se refiere a su independencia.
En la desmotivada sociedad actual la aritmética electoral tiene como resultado que estamos en manos de grupos organizados de opinión, una oligarquía de políticos, adiestrados en los medios y las consignas, que dominan los comicios desde la minoría. En la Alemania de los 30 hubo un partido populista que disfrutaba con un escenario similar. Yo tengo una propuesta para acabar con esto: ¿y si consideramos a la abstención como un partido? Si alguien no va a votar es que nadie le motiva lo suficiente para ello. Entonces, que no se adjudiquen los escaños. En este caso, ningún político ha hecho bien su trabajo más primario y no merece cobrar por ello. En España se conseguiría que cualquier mayoría cualificada devendría del consenso. Una Ley Orgánica o la Constitución no se podría reformar por un solo partido, salvo que a base de buena labor la participación subiera. La vida diaria no tendría mayor problema pues la mayoría de leyes, presupuestos incluido, se pueden aprobar por mayoría simple. Como muestra un botón, en el caso de Grecia, los 50 escaños que se otorgan al ganador hubieran sido asignados a los ausentes, con eso, ya empezaría a ahorrar un dinero muy útil para repartir entre los más necesitados.