Sevilla, a 5 de marzo de 2011
El otro día mientras estaba con mis hijos en unos columpios cercanos al colegio que atienden tuve una conversación muy interesante con una señora francesa que había conocido allí mismo. Al principio trato de temas banales pero conforme fue avanzando empezamos a tocar temas más serios. Llegado a un punto ella empezó a quejarse del excesivo peso que aún mantenía la religión en Sevilla. Sus hijos van a un colegio público y ella no entendía que en un Estado laico un colegio con fondos públicos siguiera teniendo signos religiosos o que inclusive se impartiera religión. La conversación, aunque yo no tengo el mismo punto de vista que ella, siempre se mantuvo dentro de unos cauces pacíficos, sin alzarse ni el tono ni el volumen de voz. Pasados unos minutos donde se vio que las posturas eran irreconciliables, esta me comento: “¿por qué aquí en Sevilla los padres dejan gritar a sus hijos?”, esto vino después de que ambos en distintos momentos corrigiéramos a nuestros hijos por ese aspecto, y continuó “¿es muy mal educado?”. A mi no tenía que convencerme del tema, pero me dejó un poco fuera de juego la salida después de los derroteros que iban tomando la conversación que estábamos manteniendo. No contesté enseguida, cosa que suelo hacer con demasiada frecuencia, y la respuesta que me salió fue: “Aquí, si eres educado eres de derechas”. “Que estupidez”, espetó, “la educación no entiende de política”; y yo continué comentando algo así como que la educación formal, las buenas maneras en general, se habían identificado, o mejor, se habían querido identificar con la burguesía y por supuesto, ésta, con la derecha. Quedó algo más conforme.
Pasados unos días, esta conversación con alguien absolutamente anónima para mi, me llevado a estas líneas. La verdad que uno va por la calle y una mayoría parece educada, al menos mientras no se le molesta, pero si uno se fija, ya hasta sorprende ver que alguien se levante en el autobús ante una señora o un anciano. A veces me han mirado extrañadas las señoras cuando le he cedido el paso en alguna puerta, cuando no me han mirado mal, igual pensaban que las consideraba demasiado mayores, no lo se. Estos aspectos menores, para mi, no son importantes pero hacen la vida más agradable a todo el mundo, lo peor es que son pequeños síntomas de una enfermedad más grave: nos importa un pimiento el señor de al lado. Es alucinante, antes ayudamos a Haití que al vecino desconocido, ese que vive en nuestro barrio pero no conocemos. Si además mezclamos esto con la ideología da un cóctel terrorífico. Me parece vergonzoso el comportamiento que hoy en día se ve en la calle, si un chico joven con rastas va en bicicleta por cualquier acera, aunque tenga menos de tres metros y esté prohibido, un señor con corbata siempre debe cederle el paso aunque vaya cargado hasta las trancas y con un niño de la mano, el es bueno por definición, es un progre y el otro un burgués que debería pagar más impuestos. Las normas no van con él, ni las escritas, ni aún menos las que existían antes de urbanidad. Es que eran franquistas, me pueden comentar algunos, ¿y que más da?, ¿es que ese señor todo lo hizo mal? Pues no y esto era una de ellas, puede que algunas normas fueran excesivas, pero al final todo el mundo sabía lo que era algo natural y serio no molestar al señor de al lado y existía un respeto mínimo con el prójimo, ¿es eso tan terrorífico? Nosotros el movimiento hippie de los 60 y 70 en Europa lo hemos mitificado tanto que ahora nos hemos olvidado de lo que en realidad hacían, ellos eran libres, no cumplían ciertas normas, eso es así, pero no se metían con nadie. Ellos eran libres pero teniendo un profundo respeto por los demás. Querían cambiar el mundo por las buenas. Ahora, unos se han quedado con la estética, sin más, y lo que quieren es no cumplir las normas que le dan la gana aunque molesten al de al lado, otros se han quedado con otro aspecto formal, visten como burgueses, porque quieren ganar dinero como se supone que estos lo hacen, pero se consideran de izquierdas de corazón y por tanto no pueden seguir ningún aspecto burgués represor, y la educación para ellos lo es. Al final como en casi todo la gente mezcla churras con merinas y coge de lo que quiere lo que más le conviene. Si hay que ganar pasta soy capitalista, si hay que educar a un niño, soy hippie. Lo peor de todo es que no se le puede mentar nada ni al de las rastas ni al que viene con corbata. El primero se considera mejor que tú, el segundo, jamás hace nada mal, y además su hijo puede gritar y hacer lo que sea, o puede aparcar donde le de la gana, estamos en país libre y somos iguales, por tanto no se le puede recriminar nada, “eso es lo que se hacia en época de Franco”, te dirían, y encima si uno va mejor vestido que él le sienta aún peor, porque en el fondo son unos acomplejados. Los dos confunden las cosas, el hippie es bueno si de corazón se cree lo que canta y si se fuma los canutos en su casa, que haga lo que quiera; el segundo, tiene que entender, que nosotros sabemos que si no es ilegal puede hacer lo que quiera, lo único, que si molesta al de al lado, por muy libre que sea, será un mal educado por mucho que sea un jefazo del PSOE o de un banco. En países donde la dialéctica es distinta, como en el norte de Europa, no existen estos roces, si hay unas normas, aunque no sean leyes, de convivencia las cumple una inmensa mayoría, sean de derechas de izquierdas, religiosos o agnósticos, y si alguien le llama la atención a un hijo se lo admiten y posiblemente reprendan otra vez a su hijo. Lo de ellos es educación lo nuestro es mala educación y todo lo demás es mezclar el tocino con la velocidad.